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jueves, 27 de noviembre de 2014

Y eso es todo


Yo te busqué una noche
pero las imágenes no llegaban
solo tu risa
saliendo de una caverna
desdentada
rompiendo el cielo asaltando las tavernas
junto al mar.

Te caminé las calles
porque casi te veía en las esquinas
casi te tocaba
en las paredes en el aire boqueante
bajo faroles rotos
pero no te llegaba
no podía
no tocarte ni verte
te perdía.

Eso es todo.

Te veía perderte
perderme buscándote
meterme en agujeros que no eran
llamarte sin saber cómo
llorarte
añorarte.

Eso es todo.

Y sin embargo...

Seguramente no sé aceptar los finales infelices
o los lugares dolorosos que solo aportan desesperanza
es probable
y tal vez eso me haya salvado
porque me fue gustando olerte
en esa muerte de pescados pudriéndose en la orilla
vislumbrarte en las sombras de los bares perdidos
o en los rostros de la gente de ese barrio
de los niños de ese barrio
de los viejos
de ese barrio
de todos los cansados.

Te pude respirar.

Me pude detener.

Y entonces
sentí tu mano
sobre mi hombro
ni me giré
ni dije ni quise ni nada
porque estaba feliz y no
y estaba en mí
bien en mí
y era.


Así fue.
Y eso es todo.

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martes, 2 de septiembre de 2014

Madrugada

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Ya termina esto. Falta poco. Apenas unas cuantas palabras, dos carillas. Sin embargo hoy no estoy capacitada para acabarlo. Lo dejo en suspenso; dando vueltas como un planeta, una peonza, un recuerdo, un sueño recurrente. Colgado del cansancio, del deseo perdido, de la apatía engañosa. Me doy un margen de tiempo inexistente para pensar, tal vez para sentir o tomar una decisión, por ejemplo. Apago la luz. Es noche tardía, calor, verano y entre las sombras aúllan mil perros.

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sábado, 17 de mayo de 2014

En la terraza del restaurante

 .


Creí, por su manera de inclinarse sobre el plato, que le apasionaba la comida; pero estaba leyendo los mensajes del móvil.


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lunes, 17 de marzo de 2014

Esperando

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¡Qué triste, amigos! Hemos llegado a la misma estación desesperanzada de toda la vida. Nos hemos vuelto a quedar sin amigos con quienes jugar. ¡Qué tristeza! Cuando parece que las cosas marchan bien, que el mundo se mueve en un sentido poético, cambian las tornas y vienen las recias tormentas. Las que lo anegan todo y no permiten ver el amanecer. ¡Arremanguémonos! Ha llegado la estación de todas las lluvias; de todos los barros; de los patos que vuelan cagándonos -mientras graznan palabrotas-, de las flores que se marchitan y se pierden. Se pierden... Llega esa estación, cansada, derrotada, sin visión, sin juego, sin nada; solo niebla; nieve, a veces, y lluvia, mucha lluvia con viento, con arena mezclada, con sed, con arcilla en la tierra, con rocas que se deshacen. Amigos: estamos aquí; no podemos huir ni abandonar: ¿qué hacemos? Uno se adelanta y dice: propongo que comencemos a construir un refugio. Otro interrumpe: ¿refugio? ¿bajo la lluvia? Y uno más: ¿con las maderas que se pudren? No, ni loco. El primero arremete: sí, un refugio con las maderas y bajo la lluvia. También podemos usar las telas impermeables y los aceros que tenemos guardados: propongo que construyamos un lugar confortable; que tenga ventanas por las que podamos ver el mar; un lugar para crear, para conversar, para asar salchichas en su interior -si nos apetece-, para tocarnos, sentirnos, un lugar... uy, uy, uy, para -dice uno que estuvo callado todo este rato-, convengo contigo en la necesidad del lugar; solo que es un sitio urgente, y a eso debemos entregarnos: a la urgencia. No es tiempo de construir catedrales.

Este último que ha hablado tiene fuerza en la voz y un porte serio. Parece ser el líder. Todos -los que hablaron y los que callaron- se miran y asienten. Alguien dice en voz alta: comencemos la construcción.

¡Cómo hemos trabajado amigos! Entre cagadas de patos, maderas putrefactas, flores secas, barro y agua; agua chorreante, que nos empapaba por completo. Más de uno enfermó en esos días. Nos turnamos para cuidar de los enfermos, de los sanos, de los que a medio camino quedaban de la salud y la enfermedad. Construimos, construimos sin parar, casi sin cantar, concentrados en nuestro destino o en lo que creíamos era nuestro destino. Hicimos, deshicimos, rehicimos. Hasta que finalmente el refugio quedó terminado y todos nos metimos dentro.

Hicimos un banquete para celebrarlo. ¡Amigos: qué placer! ¡Qué alegría tan profunda! Qué nuevo convite de esperanza y sueño. El refugio tuvo sus ventanas al mar; por ellas mirábamos la fuerza de lo que no entendemos: cómo caían los rayos, cómo quebraban las olas, cómo se movía la tierra entera, con peces y árboles. Mirábamos y comíamos frutas, asábamos salchichas, leíamos -algunos nos encontrábamos por rincones escondidos para tocarnos largamente-. Y así fueron pasando los días...

Un día salió el sol... (y yo tenía un corazón en la mano).


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jueves, 27 de febrero de 2014

Lista

...

1

Toca volver al bosque.

2

Debo entrar la leña.

3

No pido; sugiero.

4

Las estrellas en esta noche fría.

5

El perro jugando con un palo.

6

Ellas juegan adentro, junto al hogar encendido.

7

Las campanas de la iglesia dicen que: ocho y media de la noche.

8

Presiento la primavera.

...

lunes, 24 de febrero de 2014

Telón de fondo

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Recuerdo estar tirada en la carretera y verme un poco desde arriba; y no: algo confuso. Recuerdo haberme quedado en negro, serena, sin nada que hacer. En ese momento pensé: “estoy muerta... así que esto era la vida...” Después moví un dedo de la mano derecha; asombrada pensé: “no me morí... así que esto es la vida...” El asfalto era negro como la noche que me rodeaba y se filtraba en todo. Yo estaba en el fundido en negro de las películas y era un lugar plácido, relajado, de no deseo. 


sábado, 15 de febrero de 2014

Cuarenta y siete

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Muchachos: no hay mensajes; las cosas pintan difíciles.
Hemos visto, sin embargo, un niño pequeño escuchando.
De cabellos solares, como de cuatro años, probablemente,
sentado sobre un almohadón,
(safu, que le llaman los que saben),
con los codos apoyados sobre las tiernas rodillas; manos en
la barbilla, escuchando. Sonreía. Un ángel, muchachos,
un ángel vestido con tejanos y un jersey azul oscuro,
botitas en los pies. Y esa piel tan pálida... Sonreía.
Porque estaba jugando. Se le notaba que todo movimiento para él
era un gozo, un despertar, un revuelo. Sonreía. Como un astro,
un planeta inabarcable, un barco que vuela. Su sonrisa...
Un ser sagrado, sin duda. Como nosotros, no digo que no, pero,
de otra calaña, de otra andadura, de otro color. Uno brillante y tenue,
sutil y fuerte, con carcajadas de cristal de campanilla. De campanillas
azules, de esas que crecen en los muros, entre verdes oscuros. De
esas. ¿Qué me voy lejos, decís? Sí: lo admito. Me meto en la sonrisa,
sueño, doy tres vueltas por el infinito y vuelvo. Prometo que no he bebido
nada: ni rocío, ni agua de mar; tampoco he fumado esta mañana; ni ayer:
cuando le vimos todos escuchando. Y sonriendo.
Después vino un hombre más grande, corpulento, vestido de traje marrón. Y el otro, el niño, dejó de escuchar para mirarlo. El de marrón abrió la ventana y saltó; el pequeño lo siguió; no le vi saltar: solo su estela al marcharse... su estela... azul fuerte de campanilla entre verdes, de cristales sonando, de copas con agua, de peces en las camisetas, peces naranja. Yo estaba en la cama, semidormido, pero viendo como veo en esos momentos y me sentía feliz. Seguramente por eso no pude escuchar los mensajes, aunque dudo que hayan llegado, os digo la verdad: cuando están por llegar se hacen notar por lo menos dos días antes. Es como si fuera a llover o como si una mujer estuviera por menstruar. Se sabe, eso es todo. Yo ese día no lo supe; así que me aventuro a suponer que no llegaron los mensaje esperados.Me pregunto ¿nos dejaron de lado? Esa es la pregunta que me viene. Y por eso le pido al niño que diga algo, pero no lo veo y eso me descorazona.

Muchachos: aquí acaba mi informe. Me vuelvo al sueño, a ver si logro conectar con alguno y para mañana hay un mensaje que nos diga a dónde y cómo. Entretanto, sigo ensoñando.

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jueves, 30 de enero de 2014

La silla de la cocina

 .


Alas, viento y mareas
Corrientes de mar
(o de martes temprano)
Espejos abiertos a la mirada
reflejando un vuelo;
el tuyo.


Se despertó huracanada, sintiéndose presa de un sinsentido. ¿Dónde estoy?-se dijo. Y no esperó respuesta, tal vez por miedo. Soledad en la alcoba. Soledad a cuestas. No pasa nada. Todo el mundo está solo. El sol está solo, la Tierra. Se puso su vestido de lana, se calzó con cuidado. Sus alas de libélula la arrastraban por el piso. Volaba por la casa como un peso muerto. (Las alas transparentes apenas podían). Aún dormida. Solo eso. Ojitos cerrados, con esas alas apenas; demasiado débiles para un cuerpecito tan frágil, tan delgado. Prepararse un café matutino para uno. Para una. Tostadas, dos. Mermelada de rosas. Y un perfume a café y a flores, que comienza a inundar la casa. Ahora sí: los ojos comienzan a abrirse. Cuestión de olfato. La vida se instala despacio -aunque ya estaba- en ese cuerpo de tulipán joven. Sentadita en su silla lee la prensa temprana, mientras bebe a sorbos su café caliente. ¡Qué bienestar! ¡Qué rápido cambio de emociones!
En su cara,de piel finita, se instala una sonrisa de nena. El día ha comenzado. Se da una ducha. La soledad queda colgada del perchero. Se encrema el rostro, se viste y con esmero guarda las alas dentro del vestido. Así: ahora estoy lista para hacer de profesora -mirándose al espejo mientras toma café, come tostada, se maquilla super guapa-. Se sube a un par de zapatitos de tacón, como de cristal -solo que más caros-, mientras se lava los dientes, de gata. Le da un beso a las fotos de sus padres. Retratos en un abedul: la madre de largos cabellos; el padre, igual que siempre. Canta un rato mientras riega las plantas. Ya está. Se pinta los labios antes de salir. La soledad la saluda desde el perchero: vuelvo a la noche -le dice. La soledad se queda tranquila; baja del perchero y se sienta en su silla. La otra abre la puerta; se va, cantando como un pajarito. Soledad la mira por la ventana. Distraídamente revuelve el café que acaba de servirse. Esperará sentada. Hasta que ella regrese.

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domingo, 12 de enero de 2014

Expansión

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La cosa, más o menos fue así:

Ella me estaba saludando desde el vano de la puerta. Yo estaba en la escalera, saliendo ya para la calle. Nos estábamos dando las recomendaciones últimas. Hasta ahí todo neutro. Entonces le dije algo, puntual, una última cosa, no recuerdo cuál. Y sus ojos se fueron hacia dentro. Es una fotografía que tengo. Más que de la imagen, del proceso; de la energía del sentir y del pensar. Sus ojos hacia adentro. Bueno, no sus ojos en sí: su mirada. Su mirada miró su interior. (Imagino que el brillo de las pupilas varió). Vi cómo buscaba; cómo se abrían recuerdos y pensamientos. El tiempo se dilata y se contrae siempre, amigo mío. El proceso duró apenas qué... ¿un segundo, dos? Para mí, en esta fotografía, el tiempo se expande indefinidamente. Se desplaza por el espacio y me muestra rincones íntimos; de ella, no míos. 

jueves, 9 de enero de 2014

Alrededor de la Víspera.

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Para decidir si sí o no, quisiera seguir... “ canta la canción. Aquí estamos tú y yo, compañero, rodeados por dos niños, un perro, la noche con música. Un fuego que crepita, las luces encendidas. Intentas pintar, y los niños, que no te dejan a tus anchas. Ellos también pintan. Y te hacen preguntas, y te quitan los pinceles de las manos. Acabo de hacer entrar al perro, que ladraba y ladraba afuera. La alegría del barrio, este perro. Y yo, arrinconada aquí, en el sofá, escribo en este ordenador, algo destartalado ya -y tan querido, con su bandita elástica sosteniendo el cable para poder funcionar; tan sucio de migas y dedos de todos colores, mi ordenador, viejito y creativo-, lo que me viene en gana. Y me río porque es una tarde de un cinco de enero de dosmilcatorce, cayendo sobre el pueblo, el campo, el bosque de acá al lado, al que siempre nombro, porque me encanta, solo por eso; una tarde, en fin, mágica, al menos para mí. Aquí estamos todos, creando, escribiendo, leyendo, pintando, escuchando música, junto al fuego, dije, fuego: ambientando el lugar, dando su chispa de amor a esta escena tan íntima, bucólica, cotidiana; a la vez, cotidiana.

Fuimos a la tarde a Mataró a buscar un regalo. Encontramos algo que ni siquiera es aproximado a lo que buscábamos. No importa. Fuimos a. Mataró.
Allí estuvimos caminando, mirando, hablando. Música en el coche para llegar, para partir, sonando todo el tiempo. Se desmontan los pinceles, canto: “La fugitiva sensación... De un beso largo, que huye”. Se me amontonan los pensamientos; pasan muchas cosas a la vez. Ahora por ejemplo, pienso en los universos que somos cada uno. Ahora el perro ladra adentro de la casa; hay que sacarlo para afuera, que se vaya un rato. Ya se ha ido. Bueno, andaba por algún lugar. No recuerdo cuál porque me he ido al carajo. Escribo por escribir, hablo por hablar. No puedo hacer otra cosa. Quiero darle al teclado, sin parar. Mientras veo lo que veo y mi pensamiento se despliega por sus cauces.


Noche de Reyes. ¿Qué traerán de regalo?
Siempre traen uno.
Siempre.

Igual que Papá Noel.


Creo en lo Reyes Magos, lo confieso.
Creo en Papá Noel, lo confieso.
No puedo evitarlo, es una cuestión de endorfinas, creo, este creer.

Hace un montón de años -no sé si para adelante o para atrás- los Reyes me dejaron dos regalos memorables. Llegaron así, el día en que ellos venían. Inesperados, increíbles regalos que me llenaron de asombro y dicha. Tengo mi carta preparada para la noche de hoy. Desde el 23 de diciembre, de todas formas, vengo recibiendo regalos en mil formas, colores y perfumes.


Ya me fui, de nuevo. Es lo que tiene esto de dejar libre al entrecejo. Salen cosas de la galera que una no espera que salgan. No solo conejos, no solo... Las cosas están más ordenadas ahora en este lugar. Los niños juegan juntos a derribar una torre de maderitas. Tú estás logrando pintar lo que querías y el perro -pobre perro- duerme a pata suelta. Dentro de un rato subirá J a llevarse al niño. Nos quedaremos nosotros tres, cuatro, con el perro. Seguiremos pintando, escribiendo y escuchando música posiblemente. Y después, cuando ella se acueste, sacaremos regalos, los envolveremos y comeremos el pasto de los camellos. Me gustaría tomar una bebida espirituosa, un brebaje santo. Tirarle algo al garguero. Conectar con todos los tiempos. Hoy en Mataró no hacía frío, no. La tarde era cálida y no había gente anegando las calles. Pocos transeúntes, pocas tiendas abiertas y muchas posibilidades de ver la realidad desde un lugar relajado. Esos lugares que te conectan. Que te llevan a un lugar que es tuyo. Que te hace sentir algo distinto a todo. Si en ese momento uno escucha con atención puede llegar a escuchar la voz del espíritu susurrando. Son momentos especiales, únicos. No me refiero a los del susurro del espíritu. Me refiero, cuando digo “únicos” a nuestra capacidad de poder escuchar ese mismo espíritu. Me fui por los ramajes... ya estás levantando los pinceles. Y me estoy cansando de escribir esto y sin embargo... quiero seguir escribiendo.

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miércoles, 1 de enero de 2014

Nocturno en el parque

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Me dejo ir por un tobogán de madera. Resbalo hasta abajo. El tobogán es muy grande; genera vértigo en mí. Por eso grito mientras me deslizo por su pendiente. Grito y me río. Me asusto un poco, pero no importa.





Subo al Gusano Loco del Parque Rodó. No voy sola, en realidad estoy acompañando a la Bichuchi. Nos sentamos las dos en el segundo carro. El primero está ocupado por dos chicas enormes. Ellas nos piden disculpas por ir sentadas allí, junto a la cabeza del Gusano. A nosotras nos da igual si están allí o allá. Sin embargo, ellas insisten en explicarnos que hace tiempo que no suben -desde la niñez, dice una; la otra ríe; ignoramos porqué- y que les gustaba estar en ese carro, al lado de la cabeza. Por suerte, el cuidador del Gusano acaba con las explicaciones, poniendo en marcha a todos los vehículos y ¡allá vamos! ¡Qué emoción! Es espeluznante estar en el Gusano Loco. Me da miedo su alta velocidad. Mis pelos vuelan por los aires y grito gozosamente. Bichuchi, tranquila, relajada, impertérrita. En medio de mis propios gritos -y los de las chicas enormes- creo recordar que yo misma, de pequeña, disfrutaba de este mismo Gusano con la misma impavidez que la Bichuchi. Ha pasado tiempo -reflexiono mientras chillo. Y en ese momento, me da pena que no estemos sentadas junto a la cabeza del bicho.



Te prometo que bajé nerviosa. Como medio riendo, caminando en el aire. El suelo se me movía bajo los pies y tenía ganas de más Gusano. La Bichuchi dijo que quería volver a subir. Y también a la Rueda Gigante. Y a las Sombrillas Voladoras. ¡Jamás! -le respondimos mi hermano y yo. ¿Por qué?-casi llora la Bichuchi. Porque nos da miedo -contestamos con valentía. Y nos fuimos a comer pizza al Sportman.



Después dimos un paseo por la Rambla. Bichuchi dormía. Paseamos en la furgoneta, mientras el mar se relamía por los rincones de arena.



Recordamos lugares emblemáticos. Hablamos de cosas que pasaron o que tal vez siguen pasando o están viniendo. La memoria es una cosa pegajosa y muchas veces engaña. O miente, descaradamente.


De todas formas nos encantó hablar.

Pienso que tal vez nos estuvimos recordando y que por eso estuvo tan bueno, tan grande, tan noble.



Después ya no daba para llegar a la casa. De todas maneras, llegamos, porque teníamos que acostar a la niña y tranquilizar a uno de nuestros progenitores -o padre o madre- que seguramente estaría haciendo guardia. Noche veraniega, llena de estrellas. Sábado de libros. Libros nocturnos y encuentros de amigos. Buen recuerdo para que no se pierda.



Lo escribo aquí para recordárselo a mis otras. Para que sepan que ésta, la de esta realidad, hizo esto en esta noche y que estuvo bien. Más que bien. Les quiero relatar la humedad de esa noche mezclada con mi piel. El calor algo fresco de brisa, las paradas con libros y una música a capella que sonaba en la plaza. Césped. La Bichuchi corriendo por la bajada mientras nosotros hablábamos y reíamos con amigos que encontramos en el lugar. La Bichuchi subiendo la cuesta y preguntando que cuántos números tardó en llegar a abajo. Antes habíamos comprado dos libros. Y nos habíamos encontrado con más gente; real e imaginaria: eso es impepinable e irrepetible. Y le da otro vuelo mágico a la noche.



Pasamos junto al Tren Fantasma. ¿Ves? Tengo un recuerdo que no sé si es real o insertado. Por un lado creo recordar que sí, que de pequeña subí al Tren. Hasta tengo un par de imágenes. Sin embargo, algo interior me dice que esas imágenes son ficticias.



Pasamos junto al Tren Fantasma: desde el techo, una momia pende de algo y se mueve de arriba a abajo. Es muy cutre, pero a la Bichuchi y a mí nos asusta.



No nos compramos discos.
Ni frutas.
Solo zumo de naranja natural
y embotellado.


Después hay aviones que despegan. O que aterrizan.



Despegamos en uno. Avión nocturno. En su noche, las azafatas nos piden, a todos, que cerremos las ventanillas con esas cortinas de plástico que impiden la visibilidad. ¿Por qué piden eso? Es algo que me pregunto en cada vuelo nocturno y que me niego a hablar con ellas.



Tengo un par de explicaciones para esto.
La Primera: afuera, en la noche, hay miles de objetos voladores no identificados y eso puede aterrar a los pasajeros y crear una situación incómoda en el avión.
La Segunda: en la noche el avión no se mueve. Llegamos a un hangar donde el avión simula volar. Este lugar bien puede estar en la tierra, bien en el cielo. Lo cierto es que, por ejemplo, los aviones pueden hacer cualquier viaje en minutos; o en dos horas como mucho. Pero las compañías -manejadas por extraterrestres- quieren disimular que eso es así, para que nosotros -casi humanos- pensemos que nuestra tecnología sigue siendo precaria, aún básica. Entonces viene el disimulo: mueven el avión en un simulador -el procedimiento es cutre y da risa- y los pasajeros pensamos que estamos volando. Como no podemos mirar por las ventanillas, estamos convencidos de que así es. Y aprovechamos para dormir, por lo menos algunos; otros prefieren emborracharse y otros -como algunos bebés-, lloran. O miran películas de Hollywood.



Nadie irrumpe, nadie se atreve a pensar por sí mismo. A darse cuenta de la falacia. Nadie. Casi todo son frases repetidas. Pensamientos de otros, desarrollados hace siglos atrás. Desmigados, destrozados por otros otros que otean el horizonte. Lo otean hasta saber todo lo que vendrá. Vaya mierda de esperanza la que nos dan. Vaya mierda -dijo el hombre con el vaso en la mano. Después se calmó. La azafata le colocó una almohada bajo la cabecita y le contó un cuento en inglés. El hombre se durmió plácidamente. El resto de los habitantes del avión, también.


Una mujer tiene un ataque de pánico. Grita y se mueve. Pero eso sucedió en otro vuelo, no en éste. Vinieron dos médicos que la auxiliaron. También los vecinos se portaron bien. Vi todo desde lejos, desde mi asiento. No me moví, no fui amable: desde siempre supe que ella estaba en buenas manos.


Lo cierto es que las azafatas de ese vuelo estaban muy cansadas y agobiadas. Eran mujeres muy hermosas, con esos uniformes largos y exóticos y sus cabellos negros recogidos en unos moños maravillosos. Caminaban como hadas. Pero en esta ocasión, el cansancio las hacía caminar como fantasmas. A la cara asomaban ojeras de hastío. Percibí claramente cómo una de ellas nos lanzaba puteadas en malayo. No es que yo conozca esa lengua; sí conozco la actitud, que es universal. Cuando digo “putear” me refiero a mandar a la puta madre a alguien o algo. Eso hacía esa mujer, movía los labios con estoicismo. Y nos puteaba en silencio.


Tenía mil motivos para hacerlo. No le faltaban razones: era un vuelo cargado de gente maleducada y -me duele decirlo-, bastante idiota. Gente de mal vivir, o de lo que para mí es mal vivir: gastar mucho en baratijas y poco en descubrir el propio espíritu y aledaños.


Por suerte, ese fue otro vuelo.

Este en cambio, fue tranquilo.


La tripulación desarrolló su esplendor oriental, su fina cortesía, su amabilidad proverbial. Pudieron mostrarnos, a todos, las bondades de su cultura; y todos, pudimos deducir cuán rudimentarios éramos respecto a ellos. No fue triste. Fue una lección de dicha y hermandad. Al bajar del avión nos abrazábamos emocionados.

Lindo haberlo vivido pa' poderlo contar.”


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