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Tengo
catorce años. Vivo en la casa de mis padres, con ellos, mis dos
hermanos y mi abuela. Mi habitación es pequeña y está encima del
garage: es un altillo estrecho con una ventana grande que da a la
calle y un desnivel de dos escalones que lleva a un armario chico.
Son las vacaciones de verano y me estoy dedicando a leer. Ya he leído
“Guerra y Paz”, “Rojo y Negro”, “Papá Goriot”, y estoy
leyendo el teatro completo de William Shakespeare. Antes de comenzar
las vacaciones me dediqué a devorar a Dostoiewsky por primera vez:
todo un hallazgo. “Los hermanos Karamazov” me enfebrecieron. Me
siento mayor, crecida desde algo amorfo, después de tanta lectura.
Nadie me pide que deje de leer. Solo mi madre se preocupa por mí, si
a las cuatro de la mañana, descubre que tengo encendida la luz de la
habitación. Llega hasta donde estoy, se enfada; me apaga la luz, me
saca el libro, lo cierra. Se va. Me quedo en la cama intentando
dormir pero no me resulta fácil: el vicio de la lectura es feroz.
Finalmente, no sé bien en qué momento, logro dormirme.
Mi
vida en estos tiempos, transcurre durante horas, en este
cuarto. Leo, pienso, reflexiono, siento. Seguramente estoy
necesitando que alguien acompañe mi andadura como lectora; sentirme
menos sola en un mundo que está creciendo tanto para mí. Me
frecuenta un miedo a lo intangible, en este tiempo mío.
A
veces viene a buscarme alguna amiga y salimos a pasear. Vamos al
parque o a la casa de ella; tomamos mate y nos reímos de nuestras
cosas. También, afortunadamente, a veces voy a jugar vóley a la
plaza de deportes, o a la calle tranquila donde viven unos buenos
amigos. Necesito salir de mi universo de letras, poco rato, pero
necesario para airear ideas, digerirlas, entender el mundo desde lo
corporal, atravesar el tiempo y llegar a éste en el que transcurre
mi curiosa, extraña, adolescencia.Estoy cambiando: cierto
romanticismo idealista se está forjando en mi interior; necesito
explicarme la maldad, entenderla; necesito saber dónde están en mí
el bien y el mal.
A
los chicos los miro con distancia: son mi amigos, no los quiero como
novios. Como novio me gustaría Iván Karamazov -o tendría un amor
con su hermano Aliosha-; también pienso en Alejandro Magno, en
Andréi Bolkonsky (y en Anatoli Kuraguin) de “Guerra y Paz”, y en
otros personajes masculinos, históricos y literarios. Me encantaría
conocer hombres así en mi día a día. A veces me enamoro de algún
chico lejano con el que intercambiamos miradas e imagino que es un
ser legendario. Ya me ha pasado conocer de cerca a algunos de estos
chicos y cambiar mi enamoramiento por indiferencia.
Me
gusta ir al teatro; me gusta pasear en bicicleta; me gusta imaginar
la Edad Media. Y pienso en algunos de mis futuros posibles: mi
estancia en Europa, cómo será la casa que habitaré cuando viva
sola, el misterio de la carrera que elegiré para estudiar. La vida
está abriéndose para mí como un libro nuevo. Estoy aprendiendo a
leerla.
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2 comentarios:
Querida Dinorah,
Me ha encantado tu jardín, me han venido muchos re-cuerdos de momentos y lecturas tan propias de ese bello y voraz despertar...
Me he perdido en tu jardín, a ver si hoy encuentro la salida...lo he disfrutado mucho. Gracias.
Un beso,
monica
¡Je! Espero que encuentres la salida... (Aunque a veces dan ganas de quedarse aunque sea un ratito en ese lugar).
Te mando un abrazo grandote. Muchas gracias.
Beso,
Dinorah
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