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Éramos
perros de la noche.
Aullábamos
en los tugurios grises,
templos
intoxicados,
entre
sátiros y diosas lúbricas.
Éramos
perros de la noche.
Pura
juerga, curiosidad, ganas de vida.
Entrábamos
y salíamos de muertes
como
niños jugando al escondite
entre
tumbas
o
campos
cargados
de minas.
Éramos
perros de la noche.
Lo
fuimos.
Teníamos
una estrella dentro.
O
una luna
que
siempre estaba llena.
Y
aunque intentábamos
pasar
desapercibidos
el
romanticismo que vivía en nuestra médula
se
veía
a
la legua.
Por
eso los vampiros,
en
cuanto aparecíamos,
se
callaban
relamiéndose
por
dentro.
Y
nosotros, pobres perros aulladores
aparentemente
dispuestos para el
sacrificio,
nos
reíamos de las ansias
y
escapábamos a tiempo
de
las oscuridades y
de
todos los males.
Bajábamos
corriendo los callejones pardos,
hocicos
jadeantes,
risas
caniches al aire,
perdiéndonos
tras los olores
de
aquellos lugares
sin
sentido,
intentando
encontrar,
fervorosamente,
el
nuestro.
Corred,
caniches aulladores,
nos
decía una voz de cuervo
dulce
y ronca;
Corred
y aprovechad la huída
porque
siempre llegaréis a donde se llega,
decía.
Y
nosotros
sabíamos
quien nos hablaba.
Pero
la muerte,
en
esos días,
en
esas noches,
era
una estrella brillante
y
lejana
que
no nos molestaba
aunque
nos acompañara.
Casi
una amiga
distante
con
quien nos escribíamos cartas.
¿Fuimos
felices?
Sí,
lo fuimos.
Ignorantes,
también.
Y
muy hermosos.
Fieles
y leales perros de la noche.
Molestosos
aulladores de luna
en
la madrugada.
.
2 comentarios:
Inocentes también, pero que linda esa inocencia...y cuando llegas, la pierdes y siempre vuelve a ti de nuevo como Caperucita con el lobo ;)
Me encanta leerte Dinorah...pronto te abrazo fuerte!!
Rebeca
Rebeca: ¡gracias!
Es verdad, la inocencia siempre vuelve. Qué tesoro lograr que no se pierda.
Te mando un abrazo virtual mientras espero ese otro abrazo fuerte.
Un beso,
Dinorah
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