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¡Qué
triste, amigos! Hemos llegado a la misma estación desesperanzada de
toda la vida. Nos hemos vuelto a quedar sin amigos con quienes jugar.
¡Qué tristeza! Cuando parece que las cosas marchan bien, que el
mundo se mueve en un sentido poético, cambian las tornas y vienen
las recias tormentas. Las que lo anegan todo y no permiten ver el
amanecer. ¡Arremanguémonos! Ha llegado la estación de todas las
lluvias; de todos los barros; de los patos que vuelan cagándonos
-mientras graznan palabrotas-, de las flores que se marchitan y se
pierden. Se pierden... Llega esa estación, cansada, derrotada, sin
visión, sin juego, sin nada; solo niebla; nieve, a veces, y lluvia,
mucha lluvia con viento, con arena mezclada, con sed, con arcilla en
la tierra, con rocas que se deshacen. Amigos: estamos aquí; no
podemos huir ni abandonar: ¿qué hacemos? Uno se adelanta y dice:
propongo que comencemos a construir un refugio. Otro interrumpe:
¿refugio? ¿bajo la lluvia? Y uno más: ¿con las maderas que se
pudren? No, ni loco. El primero arremete: sí, un refugio con las
maderas y bajo la lluvia. También podemos usar las telas
impermeables y los aceros que tenemos guardados: propongo que
construyamos un lugar confortable; que tenga ventanas por las que
podamos ver el mar; un lugar para crear, para conversar, para asar
salchichas en su interior -si nos apetece-, para tocarnos, sentirnos,
un lugar... uy, uy, uy, para -dice uno que estuvo callado todo este
rato-, convengo contigo en la necesidad del lugar; solo que es un
sitio urgente, y a eso debemos entregarnos: a la urgencia. No es
tiempo de construir catedrales.
Este
último que ha hablado tiene fuerza en la voz y un porte serio.
Parece ser el líder. Todos -los que hablaron y los que callaron- se
miran y asienten. Alguien dice en voz alta: comencemos la
construcción.
¡Cómo
hemos trabajado amigos! Entre cagadas de patos, maderas putrefactas,
flores secas, barro y agua; agua chorreante, que nos empapaba por
completo. Más de uno enfermó en esos días. Nos turnamos para
cuidar de los enfermos, de los sanos, de los que a medio camino
quedaban de la salud y la enfermedad. Construimos, construimos sin
parar, casi sin cantar, concentrados en nuestro destino o en lo que
creíamos era nuestro destino. Hicimos, deshicimos, rehicimos. Hasta
que finalmente el refugio quedó terminado y todos nos metimos
dentro.
Hicimos
un banquete para celebrarlo. ¡Amigos: qué placer! ¡Qué alegría
tan profunda! Qué nuevo convite de esperanza y sueño. El refugio
tuvo sus ventanas al mar; por ellas mirábamos la fuerza de lo que no
entendemos: cómo caían los rayos, cómo quebraban las olas, cómo
se movía la tierra entera, con peces y árboles. Mirábamos y
comíamos frutas, asábamos salchichas, leíamos -algunos nos
encontrábamos por rincones escondidos para tocarnos largamente-. Y
así fueron pasando los días...
Un
día salió el sol... (y yo tenía un corazón en la mano).
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3 comentarios:
así debe haber comenzado el amor, la amistad y el refugio, que tanto necesitamos!
así debe haber comenzado el amor, la amistad y el refugio, que tanto necesitamos!
Gracias, te lo agradezco.
Un abrazo.
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