sábado, 17 de agosto de 2013

Los gurises

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                                                                                        Para mi abuela Maruja,                                                                                    que me enseñó el recuerdo.




Llegaron unos gurises. Apenas comenzaban a ser muchachitos. Los alojé en mi casa, les dí de comer, les traje agua para que se lavaran. Eran una horda hambrienta. Comían a dos manos, no hablaban, miraban con codicia el pan, la leche, los fideos, las frutas de los fruteros. Me dediqué a acercarles la comida, sin hablar yo también, como en un estado febril. Creo que se trataba de mi corazón: estaba conmovido. Después de comer les dije que debían darse una ducha. Me miraron atónitos. Les mostré el cuarto de baño y hacia allí fueron subiendo de a uno. Bajaban unos minutos más tarde, limpios, relajados y tímidos. Usaron, para secarse, todas mis toallas. Acabaron el jabón y el champú y me miraban como a una madre. No lloraban. Yo tampoco. Improvisé unas camas bastante confortables. Fueron suficientes para todos ellos. Se durmieron. Vi cómo se iban alejando en sueños del dolor de los días habituales. También me dormí aunque estaba pendiente de sus pesadillas, de sus movimientos. Me desperté la primera, preparé un desayuno enorme. Poco a poco se fueron levantando y me ayudaron con los platos. Volvieron a comer y hasta rieron un poco. Me sonreí. Uno de ellos me preguntó si podían quedarse unos días. Me contó que estaban cansados del camino, que marchaban hacia el norte, que necesitaban descansar. Les di permiso y comenzamos, entre todos, a organizar nuestra vida. Compramos provisiones, jabones, arreglamos camas y turnos de comidas. Alquilamos vídeos que mirábamos religiosamente cada noche. Uno por noche. Después nos dedicábamos a comentar las películas. Me asombró que eligieran comedias amorosas. Las miraban con fruición, las comentaban y analizaban demostrando saber muchísimo sobre cine. Nunca pelearon entre ellos; por el contrario, mostraban una camaradería a prueba de todo. No les pregunté de dónde venían ni el motivo de su viaje. Se quedaron conmigo durante ocho días. La última noche cocinaron para agasajarme. Antes de irse, el líder, me contó que ellos traían el cambio. Viajamos al norte para comenzar el cambio-me dijo. Uno que le haga bien a la tierra, a los hombres y a todo -me dijo. Fuimos llamados para esto a través de un sueño y nos pusimos en marcha, sin rechistar. Entiendo -le contesté. Él me quedó mirando, luego me dijo: te van a llamar a ti también. Ahí decidirás. Mientras tanto, hasta pronto y que seas muy feliz. Lo mismo para ti -le dije. Los demás estaban esperando a la entrada del camino. Me saludaron con las manos en alto y partieron. Respondí a sus saludos y me quedé de pie, mirándoles, hasta perderles de vista en el recodo de la carretera. Después, mucho después, me eché a llorar.



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2 comentarios:

Eva Hibernia la peregrina dijo...

aire de sueño y también "la cruzada de los niños". hermoso.

din dijo...

Gracias Eva. Un abrazo grandote.