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Ángela
vino de visita ayer a la mañana. Mientras preparábamos el té
fuimos hablando. La conversación corría distendida; sin embargo a
ella le pasaba algo. Cuando se pone así, con esa cara, sé que anda
con problemas del alma. Que le duele el alma. A ella le cuesta
contar, a mí insistir. Durante un rato estuvimos en silencio. Pasó
un batallón entero de ángeles. Justo después se animó y contó.
Me habló de su sufrimiento interior actual; que no es poco. Pobre
muchacha: tiene un dedo de dios en su carta astral. Eso le provoca
incesantes crisis y reflexiones. Podrían ser comeduras de coco, pero
no. Eso es lo que tiene un dedo de dios: te retuerce hasta que no
puedes más y entonces afloja, para después volver a retorcerte, a
ver si recuerdas. Ángela podría ser una -es- una líder, pero ese
dedo... ay, no le da tregua. Y ella le mete ganas, energía, ganas,
buen humor, ganas. A veces quiere abandonar, para qué nos vamos a
engañar. Quiere tirar todo por la borda, irse a otro lugar. En el
suicidio no ha pensado seriamente más que una vez y en esa ocasión
ese pensamiento le dio fuerza para seguir adelante. Es que ella es de
naturaleza positiva, acepta lo que viene. Aunque la retuerza.
Hablamos
largo rato; una charla bastante espiritual, con algún que otro punto
psicológico. Nos bebimos dos teteras -earl grey, leche fría-.
Terminamos riéndonos de todo, como si el brebaje tuviera una
sustancia extra. A lo mejor... quién sabe. Uno nunca puede estar
seguro de nada en estos días y en esta vida. Como recordamos un
poema de Rumi que venía al caso, lo recitamos entre los dos, así
como nos salió. Más tarde fui a buscarlo a la biblioteca y lo leí
entero tal cual es: apenas nos equivocamos. Después de vaciarse, al
menos un poco, creo yo, se fue. La vi más luminosa, hizo chistes.
Divertidos, además. La acompañé hasta la calle, hasta su coche. Le
pedí que se cuidara y le dije que ella era valiosa -y estaba siendo
sincero-. Sonrió sin creérselo, como siempre. Sin embargo sé que
es necesario recordar su valía a este tipo de criaturas. Si no,
corren el riesgo de caer en el olvido y nosotros, corremos el nuestro
de perderlas para siempre.
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