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Para mi abuela Maruja, que me enseñó el recuerdo.
Llegaron
unos gurises. Apenas comenzaban a ser muchachitos. Los alojé en mi
casa, les dí de comer, les traje agua para que se lavaran. Eran
una horda hambrienta. Comían a dos manos, no hablaban, miraban con
codicia el pan, la leche, los fideos, las frutas de los fruteros. Me
dediqué a acercarles la comida, sin hablar yo también, como en un
estado febril. Creo que se trataba de mi corazón: estaba conmovido.
Después de comer les dije que debían darse una ducha. Me miraron
atónitos. Les mostré el cuarto de baño y hacia allí fueron
subiendo de a uno. Bajaban unos minutos más tarde, limpios,
relajados y tímidos. Usaron, para secarse, todas mis toallas.
Acabaron el jabón y el champú y me miraban como a una madre. No
lloraban. Yo tampoco. Improvisé unas camas bastante confortables.
Fueron suficientes para todos ellos. Se durmieron. Vi cómo se iban
alejando en sueños del dolor de los días habituales. También me
dormí aunque estaba pendiente de sus pesadillas, de sus movimientos.
Me desperté la primera, preparé un desayuno enorme. Poco a poco se
fueron levantando y me ayudaron con los platos. Volvieron a comer y
hasta rieron un poco. Me sonreí. Uno de ellos me preguntó si podían
quedarse unos días. Me contó que estaban cansados del camino, que
marchaban hacia el norte, que necesitaban descansar. Les di permiso y
comenzamos, entre todos, a organizar nuestra vida. Compramos
provisiones, jabones, arreglamos camas y turnos de comidas.
Alquilamos vídeos que mirábamos religiosamente cada noche. Uno por
noche. Después nos dedicábamos a comentar las películas. Me
asombró que eligieran comedias amorosas. Las miraban con fruición,
las comentaban y analizaban demostrando saber muchísimo sobre cine.
Nunca pelearon entre ellos; por el contrario, mostraban una
camaradería a prueba de todo. No les pregunté de dónde venían ni
el motivo de su viaje. Se quedaron conmigo durante ocho días. La
última noche cocinaron para agasajarme. Antes de irse, el líder, me
contó que ellos traían el cambio. Viajamos al norte para comenzar
el cambio-me dijo. Uno que le haga bien a la tierra, a los hombres y
a todo -me dijo. Fuimos llamados para esto a través de un sueño y
nos pusimos en marcha, sin rechistar. Entiendo -le contesté. Él me
quedó mirando, luego me dijo: te van a llamar a ti también. Ahí
decidirás. Mientras tanto, hasta pronto y que seas muy feliz. Lo
mismo para ti -le dije. Los demás estaban esperando a la entrada del
camino. Me saludaron con las manos en alto y partieron. Respondí a
sus saludos y me quedé de pie, mirándoles, hasta perderles de vista
en el recodo de la carretera. Después, mucho después, me eché a
llorar.
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2 comentarios:
aire de sueño y también "la cruzada de los niños". hermoso.
Gracias Eva. Un abrazo grandote.
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