1)
El paisaje es extraño visto así desde las rocas: la arena de la playa llena de peces grises, resecos, putrefactos, todos muertos. El mar se mueve con ese color marrón terroso de los días revueltos. El viento silba salvaje arrastrando pastos y basuras. Estamos entrando en verano; sin embargo el frío sigue mandando. Huelo el salitre en el aire, observo una ofrenda de comida y flores -seguramente para la diosa- y curiosamente me siento en casa.
2)
En la plaza, el señor que hamaca a su nieta me cuenta porque sí: "Los peces se mueren por el choque de las dos corrientes: el agua del río y el agua del mar. Los peces no soportan el frío y mueren. Eso siempre fue así por acá. Ahora mismo en la playa, hay gente que recoge los pescados y se lo llevan a su casa para comerlos. Yo mismo comí muchas veces pescado en esas condiciones. Vos te lo llevás para tu casa, lo higienizás bien y después lo hervís o lo freís, lo acompañás con una salsa o le agregás papas, zapallo, boniatos y te lo comés y no te pasa nada, porque el pescado está bueno".
"-¿Y usted cómo sabe todo esto?" - le pregunto interesada.
"-Y, porque siempre viví acá. Y esto, acá toda la gente vieja lo sabemos".
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