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Boris
tiene la manía de explicarme los autores.
-Este
escritor es muy mental -me dice-, parece una máquina, un robot.
Cuando lo lees descubres que en sus escritos no hay rastro de
sentimiento. Cero por ciento de humor. Un pesado. No me gusta nada.
-No
me cuentes cómo es – le digo. Y siento que estoy en un bucle, o
viviendo por enésima vez el mismo déjà vu.
A
mí me gusta descubrir la literatura por mí misma, desde mi
interior. No necesito que ningún maestro se pasee a mi lado
contándome, como si fuera boba, de qué manera debo entender lo que
leo. Pero a él le da igual mi opinión (o mi queja). Insiste: - Te
lo digo porque es infumable; no vale la pena leerlo-. Y quitándome
el libro que tengo entre las manos, lo tira, con un gesto de
desprecio, encima de la mesa de saldos. Horror. En esos momentos ardo
en deseos de morderle el cuello,o de arañarlo, pero me contengo.
-Boris.
-¿Qué?
-¿Te
has dado cuenta de que acabas de quitarme de las manos, un libro?
-¿Cuál?
¿El de K. G. Holmes? No, no me dí cuenta. Pero en el fondo te hice
un gran favor.
-Mirá,
sos un cara de culo -le digo (y no puedo evitar recurrir al idioma
sudaca -que aprendí en el vientre de mi madre y durante mi niñez-
para hablar de mis impresiones más íntimas). -Me tenés hasta los
huevos- concluyo.
Él
se queda mirándome asombrado, con cara de niño asustado. Conozco
muy bien esa expresión desde hace años: es la que usa para ganarme
las discusiones, o para hacerme sentir culpable.
-Cambiá
esa cara, pelotudo: esta vez no funciona.
Y
es verdad. Comienzo a caminar hacia el fondo de la enorme librería y
paso de él. Lo dejo solo, abandonado. Estoy furiosa; la rabia me hace temblar. Me tiene harta: me hace sentir imbécil, inferior,
tarada, y... yo qué sé. Me agota esta relación, pero no sé cómo
salir de este círculo vicioso.
Llego
hasta los estantes de poesía. Toco los lomos de colores, las letras
preciosas. Le doy catorce segundos para que venga a mi lado: doce,
once, diez, nueve, ocho... ya está tardando. Me giro: no lo veo. Con
mi vista recorro el local; no está. No está. ¿Cómo? Se fue...
¡Será hijo de puta!
Taconeo
la librería mirando por todos lados. Nada. Tengo ganas de llorar: me
dejó sola, perdida entre un montón de malos autores. Poco a poco,
esa antigua culpa mía, la de toda la vida, me va tomando por asalto.
Me ocupa entera, hasta que no puedo más y decido llamarlo por
teléfono. Marco su número y espero... En algún lugar de la
librería suena un teléfono con el mismo tono que el de Boris. Qué
coincidencia, pienso. El sonido se detiene justo al mismo tiempo en
que él me contesta. ¡Será capullo!-pienso-, ¡está aquí,
escondido! Me pregunta con displicencia:
-¿Qué
quieres?
-¿Dónde
estás?
-Me
fui.
Camino
con sigilo entre mesas, estantes, en dirección al sitio desde el que
surgió la musiquita del móvil. Llego a una estantería baja: al
otro lado, agachado, está él. Corto.
-No
puedo creer lo que estoy viendo .
Me
mira desde abajo con gesto impertérrito. Se pone de pie, se arregla
el jersey.
-Boris,
¿no te parece que tenemos una relación muy extraña, por no decir,
insana?
No
me contesta. Se gira ofendido, me da la espalda. Elige un libro.
-Toma
-me dice-. Te va a gustar. Éste sí que es bueno; no como la mierda
de libro que llevas ahí.
-¡Ah,
no! Ya está. Nos vemos otro día. No me jodas más. No me jodas más.
Andá a hacerte ver: hacé algo contigo de una vez, pero no me comas
la cabeza. No puedo más con esto. Así no, Boris, ¿no entendés?
-No
-me dice con tranquilidad-. No entiendo. Te doy todo lo que sé, lo
hago por amor y nada te conforma. Creo que tú también deberías
mirarte alguna cosilla, ¿no?
-Boris,
desde que te conocí que voy a un psicólogo.
-Pues
no te funciona: todo sigue igual.
Y
tiene razón. El muy imbécil tiene razón: todo sigue igual. No
avanzo; solo doy vueltas en círculo.
-Tenés
razón- le digo.
-Sí,
lo sé- me dice él.
Y
nos quedamos mirando como dos pendejos lectores; como dos niños que
juegan; dos niños solos. Yo leo en su frente un cartel pintado con
letras iridiscentes que me dice: TE AMO. Y él, con su aguda mirada
de lector, descifra un mensaje críptico de mis ojos: YO TAMBIÉN.
Nos
abrazamos. Caen libros desde mis manos, desde las suyas. Todos
mezclados: los buenos y los malos autores, juntos, confundidos,
formando un único poema enorme, mitad bueno, mitad malo. Nos
besamos, nos acariciamos. A mí me toca llorar brevemente. Él, me
consuela con palabras tiernas. Recogemos los libros: son muchos, y
hermosos. Los pagamos. Nos los entregan en pulcras bolsas que huelen
a librería (perfume orgásmico, para nosotros). Boris me coge por la
cintura, me besa en el cuello; yo me río y le acaricio el pelo: es
tan alto, tan guapo, tan maravilloso...
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6 comentarios:
Hola! Hacía mucho que no pasaba
muy linda historia de amor, suenan muy bien esas palabras argentinas y que rico es el perfume de la letra impresa!
besos
Gracias por pasarte y por comentar. También, muchas gracias por tu devolución.
Me gusta saber qué lugar ha abierto en vos este cuento: te parece una linda historia de amor, te suenan bien las palabras argentinas, te gusta el perfume de la letra impresa.
A mí también me gusta el perfume de la letra impresa. La historia la vivo como un desquicie (por eso me alegra que te parezca linda) y en mi imaginario ella habla en sudaca y ahora que lo decís, no sé si en realidad estaba hablando en uruguayo o en argentino. Al principio pensé que era uruguayo (porque soy de ahí), pero... tal vez era argentino, me caza perfectamente.
En fin: me he alargado porque me abriste un lugar interior a mí también.
Un abrazo grandote desde este lado del charco.
Dinorah
Hola Din, que bueno que se pueda abrir una conversación con tu texto. Me ausente un poco. Yo dije palabras argentinas porque yo soy argentino, pero es verdad que también pueden ser uruguayas y quién sabe de donde más. Es verdad que la historia es desquiciada pero me gustó mucho como esta planteado el tema del amor. De manera tensionada entre libros, librerías y autores de por medio. Un abrazo grande.
Ahora, al reeler la respuesta que te dí, he visto con horror, que puse "me caza perfectamente" en lugar de "me casa perfectamente". ¡Vaya lapsus!
Por otro lado descubrir que el personaje puede tener características idiosincráticas de diferentes sitios, me hace gracia, y a mí, me enriquece, me muestra universos.
Lo de hablar a través de los comentarios siempre me ha encantado y tengo recuerdos de algunos tiempos (este blog ya tiene diez años), en que la gente comentaba y hablábamos creaivamente a través de estas ventanas de comentarios. Me produce un gran disfrute. Esto ha cambiado; yo también y mi escritura ídem... Por eso te agradezco la devolución y la recuperación del hilo del dálogo; da igual el tiempo: es cuestión de espacio.
Un abrazo grande,
Dinorah
Excelente relato, muy entretenido.
Muchas gracias, Karlimo, celebro que te haya gustado.
Hace tiempo que no publico nada en este blog. Mi escritura ha ido cambiando mucho, sin embargo, este relato ya tiene el germen de la manera de escribir que tengo actualmente.
Un abrazo.
Dinorah
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