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1
Mi
respiración se expande cuando doy las primeras brazadas. Nado hasta
la boya amarilla. Cuando llego me tiendo sobre la mar y miro el cielo
mientras las olas me levantan y me dejan caer con suavidad. La
corriente me arrastra. Pierdo la noción del tiempo y viajo hacia
otros mares y otras playas de mi vida. Vuelvo cuando alguna muerte
subacuática me hace un guiño. Entonces oteo la orilla y los veo
gritando, jugando. Me sumerjo en el agua de la vida; voy hacia ellos.
2
A
la playa bajamos a la tarde, siempre sobre las seis o las siete. Nos
juntamos con algunos amigos que hablan poco, nadan mucho y juegan en
la arena. Allí cenamos. Cuando empieza a caer el sol en el lugar
quedamos nosotros y los pescadores. Comemos tartas, ensalada o
patatas fritas. Nos ponemos ropa de abrigo para entrar en calor y
poder disfrutar de la noche. A lo lejos se ven las luces de las
barcas de pesca.
3
Como
ella aún es pequeña, necesita jugar mucho. En la orilla jugamos a
correr delante de las olas. La espuma no nos puede tocar; si eso
pasa, perdemos un punto, dice ella. Viene el agua con su fuerza y
corremos. A veces, esa misma fuerza nos revuelca y rodamos tragando
agua. También jugamos a sumergirnos y sacar piedras.
4
Frederic
me dice que el podría vivir así, siempre. Yo también podría.
Vivir días de mar y bosque: siento la misma sencilla felicidad en
cualquiera de los dos sitios.
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