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Por
Antóon Bas
A
la tarde de aquel día aciago comenzaron a darse las primeras
manifestaciones de lo que luego se convertiría en un hecho sin
precedentes que marcaría, sin lugar a dudas, un antes y un después
en la vida de Heidi y Klumbert.
Esa
tarde del 21 de abril de 1965, como siempre, la pareja tomaba su
merienda en el salón (Klumbert calcula que sería alrededor de las
17:30h) cuando notaron un leve parpadeo en las luces encendidas de la
habitación.
“A
pesar de estar en primavera, afuera, un violento vendaval azotaba las
calles y, debido a la oscuridad que provocaba, fue necesario encender
luces para poder servir el café o esparcir convenientemente la
mermelada”, alega Heidi.
Cuando
ambos notaron que las luces parpadeaban convinieron en que debía
tratarse de un desajuste eléctrico debido a la tormenta, por lo que
no dieron mayor importancia al tema y siguieron en sus quehaceres:
Heidi ojeaba su revista “Lectoras”, y Klumbert leía la prensa de
la tarde (“El Vanguardista”, sin ir más lejos), cuando de pronto
escucharon una especie de aullido.
“Al
principio sonó como un gato chillando, pero pronto el sonido fue
tomando fuerza y cambió el matiz: de gato pasó a lobo; después a
risa espantosa, de esa que hiela la sangre y pone los vellos de
punta”, recuerda Klumbert y, mientras nos lo cuenta, su voz tiembla
y sus ademanes se vuelven tensos. Después de un breve silencio, en
el que nos pareció que Klumbert se sumía en profundos pensamientos,
tomó la palabra Heidi.
“Entonces
la luz se fue del todo y en la sala apareció una mujer. Vestía de
blanco; llevaba el pelo largo, alborotado y una mirada anodina.
Klumbert se incorporó maquinalmente y se puso a mi lado, como para
protegerme, pero la mujer no se movió. Volvió a reír y, mientras
lo hacía, una serie de movimientos compulsivos agitaban su cuerpo
que, por momentos, parecía deshacerse. Después de reír y moverse
frenéticamente, comenzó a jadear de una manera obscena (recuerdo
que Klumbert me tapó los ojos, pero le quité la mano: quería ver
qué sucedía); los jadeos fueron en aumento hasta llegar al
paroxismo, usted me entiende...”, nos dijo la señora Heidi con
cierta timidez.
“A
partir de ese momento, vimos cómo relajaba, cómo todo en ella, de
alguna manera volvía a una calma...de ultratumba, sí, pero calma al
fin”, concluye Heidi.
Klumbert
nos ofreció café, encendió un cigarro y dijo:
“Lo
recuerdo como si hubiera pasado ayer: fue en ese momento en que se
quedó mirándonos y comenzó a recitar en voz alta, con gran
dificultad: cinco,
veinte,
catorce, treinta y cinco, dieciocho, cuarenta y seis... Fue
pronunciando la serie con calma, con mucho silencio entre una y otra
cifra. Cuando terminó, repitió”, nos explica Klumbert, después
de darle un sorbo a su café. “Yo estaba aterrado y asombrado, como
comprenderá; pero Heidi, con esa práctica capacidad femenina había
anotado todos los números en su libreta de hacer las listas de la
compra. Recuerdo que tuvo dudas con la última cifra (supongo que a
causa de la tensión, como comprenderá), así que le preguntó:
-¿cuál es el último número, que no me acuerdo?-. Y la mujer, con
naturalidad le dijo: -el cuarenta y seis-. Se había instalado entre
ellas una especie de complicidad, como pude entender. Yo no dije
nada: en estos casos siempre me callo”.
Al
ser interrogada acerca de la presunta complicidad entre la aparición
y ella, Heidi sonriendo nos dijo: “ Y sí, así fue. Inmediatamente
entendí que estábamos ante una aparición de la Virgen Local y que
venía a anunciarnos algo bueno para nosotros, no a traernos el mal.
Eso creí. Después, en vista de los sucesos, cambié de opinión”.
Heidi
no dudó en jugar la serie completa a la lotería; gracias a ella el
matrimonio ganó lo que hoy en día serían alrededor de trescientos
millones de euros.
Pero
este momento milagroso Heidi lo vivió sola, ya que, a pesar de la
inesperada abundancia obtenida, la mala suerte había comenzado a
asaetear la vida de estos ejemplares ciudadanos.
Una
vez hecho el anuncio numerológico, la Mujer de Blanco se disolvió
en el éter. Volvió la luz. Apenas hubo desaparecido, Klumbert
necesitó darle un sorbo a la botella de whisky que guardaban para
las visitas, en el mueble bar. Succionó directamente de la misma,
sin notar que en tres chupadas logró vaciar la mitad del contenido.
Heidi lo contempló atónita pero convencida de que se trataba de una
reacción normal, fruto del estrés padecido a causa de la Aparición.
Lo ayudó a recostarse en el sofá mientras ella misma, muerta de
miedo, recorrió la casa entera por ver si había gato encerrado.
Cosa que no fue así...
Klumbert
durmió cinco días seguidos. Heidi lo dejó tranquilo: avisó a su
trabajo; arguyó ante el jefe de su marido que éste no podía
apersonarse por hallarse indispuesto y jugó al número de lotería.
Entonces sucedió lo imprevisto: mientras Klumbert dormía y Heidi
velaba su sueño leyendo a su lado un nuevo ejemplar de “Lectoras”,
volvió a irse la luz de la casa.
“A
mí se me pararon los pelos de la nuca -nos dijo-, porque supe
enseguida que venía la Virgen, o la muerta, o la marciana, porque al
final yo tenía mis dudas y no sabía muy bien lo que era aquello,
aunque en un primer momento hubiera pensado (estaba convencida), de
que se trataba de la Virgen Local. Pero no me quiero ir por las
ramas. Intenté despertar a Klumbert porque me moría de miedo, pero
él, nada, parecía en coma. Cerré los ojos, pero una voz horrible
me dijo al oído: -Sé que estás despierta-.¡Casi me muero! La voz
volvió a hablar: -Abre los ojos o te mato-. Los abrí y ví a un
hombrecito azul, bajito, vestido de arriba a abajo de etiqueta.
Parecía que iba a un baile, pero en azul. Me dijo: -Te vamos a hacer
muchos regalos, pero tienes que mirar, sino te matamos a tí y a tu
marido Klumbert-. Entonces, ante mi estupor, apareció la que yo
creía era la Virgen Local (pero de virgen, nada, por lo que pasaré
a relatarle), y practicaron sexo ante mí. Yo tenía que mirar,
fíjese usted. Nunca ví nada igual: era increíble observar las
posturas, la sabiduría erótica del Hombrecito Azul y de la Virgen
Local. Fue una especie de experiencia religiosa, sobre todo al final,
cuando los dos comenzaron a orar. Yo me arrodillé y los acompañé;
en la oración, digo. Cuando todo terminó, la Virgen Local me dijo:
-Coge la libreta y anota-. Y me dictó una nueva serie de números
que, por supuesto, volví a jugar”.
Heidi
jugó la serie y en esta ocasión ganaron alrededor de quinientos
millones de euros. La fortuna estaba de su parte. Pero Klumbert
seguía durmiendo...
“Ganamos
la lotería dos veces; pero Klumbert no se despertaba y yo no quería
llevarlo al hospital. Sabía perfectamente que estaba bien; lo que
pasaba era que esos dos degenerados querían que solo yo los mirara,
vaya uno a saber por qué. A mí lo que más me gustaba era el final,
cuando rezábamos; sentía mucha paz. A veces también cantábamos,
canto gregoriano y otras canciones desconocidas para mí, aunque muy
elevadas. No me dejaban salir mucho de la casa. Me mandaban mensajes
en sueños o mientras estaba cocinando, o al lado del sofá mirando a
Klumbert. Eran mensajes extraños: entre respetuosos y sádicos;
enternecedores y amenazantes, también.
Y
un día, bueno, me abdujeron. Klumbert dormía (durmió nueve meses),
y eso... me abdujeron. Ahí supe que eran marcianos. Después de la
abducción comencé a recibir, en casa, sobres con dinero. Venían
sin remitente, a mi nombre. También me llegaban vestidos,
electrodomésticos, sellos de coleccionista, monedas antiguas, joyas.
Lo tengo todo ahí, guardado en un armario: una fortuna. Nunca más
volvieron a molestarme”.
La
pareja vive en la abundancia; pero las secuelas de esta historia
terrible, son espeluznantes. Klumbert tiene recaídas de sueño. Pasa
durmiendo nueve, de los doce meses del año. El resto, no puede pegar
ojo. Han intentado todo tipo de curas, sin éxito.
Para
Heidi, una casta ama de casa, la cosa ha sido más dura: se volvió
canalizadora de mensajes intergalácticos. En contra de su voluntad,
es un exitoso canal. Desde los confines del universo, llegan a ella
todo tipo de mensajes. Mucha gente alertada por sus facultades
paranormales (cuando a Heidi le sobreviene un ataque de canalización,
entra en trance allí donde se encuentre y comienza a hablar en voz
alta y a contar lo que le llega), le pide consulta para conocer su
futuro; le mandan mails; peregrinan a su casa. Heidi Sheppard se ha
convertido en un icono de la Nueva Era, con nueve Best Sellers de
canalizaciones escritos por ella. La gente la adora.
“Lo
mejor de todo este embrollo es que he aprendido a canalizar el sueño
de Klumbert y así, mientras él duerme, nos comunicamos. Nos
contamos cosas, jugamos a las damas, comentamos la prensa. Klumbert
me apoya mucho y me da maravillosos consejos, tanto dormido, como
despierto. Jamás hago nada sin consultarle”.
“Tengo
fama, sí -dice Heidi-, pero yo no quiero esto. Si pudiera volvería
atrás en el tiempo, disfrutaría más todo lo vivido; llegaría
antes de que todo esto ocurriera, cuando Klumbert y yo éramos
felices merendando a las 17:30h y leyendo la prensa. Si pudiera ir
atrás en el tiempo, sabiendo lo que sé, todo sería distinto. Yo
habría estado interiormente preparada, esperando, porque las cosas,
aunque uno no lo quiera saber, se esperan, se presienten, se saben de
lejos... Y cuando llegara aquel 21 de abril de 1965, sabría qué
hacer ante el primer parpadeo de las luces de ese día: le pegaría,
sin miedo alguno, una firme patada en el culo a la Virgen Local, y la
mandaría a la mierda con todas mis fuerzas, sin piedad, tal y como
ella merece”- concluye.
Desde
Maryland, para Gaceta Amarilla, Antóon Bas.
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