viernes, 25 de julio de 2014

Tejidos

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La gran madre le entregó un ovillo suave, verde. Sus ojos silvestres lo siguieron por dentro. Él desplegó la lana y echó a andar detrás. El ovillo daba vueltas sobre sí; se mezclaba con los juncos de la orilla; rodaba sin parar. Había momentos, montones de momentos, en los que él debía correr a toda velocidad, como un demente. En cambio, a ratos, debía quedarse inmóvil a la espera del próximo movimiento de esa bola peluda que hacía lo que quería cuando quería. En algún punto del espacio llegaron a una enorme tela de araña que colgaba de árboles que tocaban el cielo, o lo sostenían. Tembló por dentro, pero la araña se mantuvo junto al tronco chupando una mosca. Pasaron con sigilo. La lana iba delante moviéndose apenas, sabiendo que cualquier rodamiento en falso alertaría al bicho hambriento. Escaparon de la trampa y siguieron juntos, carcajeándose, locos de alegría, incrédulos ante tanta vida. Bajaron las montañas nevadas, se enredaron en algunas rocas. Finalmente llegaron ante las puertas de la ciudad. Súbitamente sintieron miedo. Pero entonces algo pasó: supo que estaba preparado, se sintió fuerte. Se armó de valor y logró tomar la decisión. Cogió el ovillo con delicadeza, lo acarició, le dió las gracias, lo guardó en el bolsillo y, así armado, se perdió entre el gentío.

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2 comentarios:

entrega en medias dijo...

muy lindo!

nuestros amuletos secretos nos mantienen a salvo en la gran ciudad

din dijo...

¡Qué linda lectura! Y cuánta verdad guarda...

Gracias.