viernes, 22 de agosto de 2014

Verano y otoño

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1
Mi respiración se expande cuando doy las primeras brazadas. Nado hasta la boya amarilla. Cuando llego me tiendo sobre la mar y miro el cielo mientras las olas me levantan y me dejan caer con suavidad. La corriente me arrastra. Pierdo la noción del tiempo y viajo hacia otros mares y otras playas de mi vida. Vuelvo cuando alguna muerte subacuática me hace un guiño. Entonces oteo la orilla y los veo gritando, jugando. Me sumerjo en el agua de la vida; voy hacia ellos.



2
A la playa bajamos a la tarde, siempre sobre las seis o las siete. Nos juntamos con algunos amigos que hablan poco, nadan mucho y juegan en la arena. Allí cenamos. Cuando empieza a caer el sol en el lugar quedamos nosotros y los pescadores. Comemos tartas, ensalada o patatas fritas. Nos ponemos ropa de abrigo para entrar en calor y poder disfrutar de la noche. A lo lejos se ven las luces de las barcas de pesca.


3
Como ella aún es pequeña, necesita jugar mucho. En la orilla jugamos a correr delante de las olas. La espuma no nos puede tocar; si eso pasa, perdemos un punto, dice ella. Viene el agua con su fuerza y corremos. A veces, esa misma fuerza nos revuelca y rodamos tragando agua. También jugamos a sumergirnos y sacar piedras.


4
Frederic me dice que el podría vivir así, siempre. Yo también podría. Vivir días de mar y bosque: siento la misma sencilla felicidad en cualquiera de los dos sitios.

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