sábado, 29 de diciembre de 2012

Avestruces en el altillo

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I

En mi interior viven dos gatos


O gatas, no lo sé muy bien. Voy a preguntarles. Me han dicho que son gatas y que una -la de color rojo- está embarazada. Así que en unos días tendremos gatitos jugando por aquí dentro. No quiero hacerme ilusiones porque, a veces, las gatas mamás son muy celosas de sus pequeños y se los llevan a otros lugares para... bueno, no sé muy bien para qué.

La otra gata -la de color naranja- es enorme y muy tranquila. Sé que es peligrosa. Digamos que su carácter es secreto e impredecible. Tiene una mirada amarilla, inquietante. Y sabe cosas del futuro. Básicamente de mi futuro. Solo que me cuenta lo que quiere cuando quiere. Así que no la molesto.

¿Y porqué vivirán en mi interior estas gatas? Quién sabe. Están ahí desde hace eones, según parece. Yo no lo sabía: son tan discretas que hasta hace unos días no reparé en ellas. Y, cuando las vi, digamos que no me llamaron la atención. Las dejé a su aire, pues en ese momento estaba leyendo un libro interesante. Después, ni siquiera hablé con ellas hasta que la gata naranja me dijo: “No comas pescado mañana”. Me lo dijo con el pensamiento, no vi que abriera la boca. Le pregunté: “¿qué quieres decir?”. Ella me miró, largamente. Cuando tuvo ganas me dijo: “tu cita en el restaurante japonés, no es conveniente”. “¿La cita o el restaurante?”-inquirí alarmada. Se estiró sobre su lomo y me dijo: “el hombre, tontita, el hombre. Je... La metáfora no es lo tuyo”. “De qué la vas, gato -en ese momento pensaba que era un gato- qué sabes de mí”. “Todo, baby, ¿no ves dónde vivo?”.

Entendí y seguí el consejo del gato. No fui a la cita. Y eso estuvo bien porque, un par de días después, una amiga -que conocía a este hombre- me contó atrocidades acerca de él.


La roja no dice nada. Solo se lame. Y tendrá gatitos... Ya veremos cómo se las arreglan para vivir dentro de mí. Tengo un interior amplio, con pasto, trigo y, aunque el elefante ocupa mucho lugar, creo que podrán acomodarse perfectamente.




II


Me acaba de atravesar un gato azul

y me ha guiñado un ojo. ¡Ya sé quién es! Es el gato que está triste y azul.
Debo tener cuidado: es muy pesado. Lo sé, porque un amigo mío tuvo problemas con él.




Resulta que mi amigo tenía una novia preciosa. Eran felices. Vivían en un barrio bonito, en una casita con jardín. Y en la casa de la esquina vivía el gato azul. La novia de mi amigo quería mucho a este gato; siempre lo acariciaba y conversaba con él. El tiempo fue pasando y, como todo lo que tiene que suceder acaba sucediendo, un día, mi amigo y su novia se separaron. Fue triste -para ellos-. Al principio de su forzosa soltería, mi amigo -al que llamaremos R.C.- se refugió en todo tipo de bebidas etílicas. Una noche en que volvía a su casa, borracho y babeando, se encontró con el gato azul. El gato estaba triste también y le dijo: “nunca olvido que ella fue tuya”. Se quedaron mirando los dos. Toda la tristeza del mundo se instaló en ellos y lloraron abrazados.

A partir de ese momento comenzó un auténtico suplicio para R. C. El gato que está triste y azul, le esperaba todos los días en la esquina y desde allí le gritaba: "¡Nunca olvido que ella fue tuya!" Mi amigo dejó de pasar por la casa del gato. Buscó otros recorridos para ir a esperar el autobús o para irse de juerga. Lo cierto es que el gato comenzó a esperarlo en lugares estratégicos para decirle siempre lo mismo.

Finalmente, loco de aburrimiento y cansado de la vida, R.C se mudó.

Ahora está tranquilo, vive cerquita de mi casa, es feliz.


¡Ah! ¿Y qué hace el gato azul en mi barrio?


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