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I
En mi interior viven
dos gatos
O gatas, no lo sé muy
bien. Voy a preguntarles. Me han dicho que son gatas y que una -la
de color rojo- está embarazada. Así que en unos días tendremos
gatitos jugando por aquí dentro. No quiero hacerme ilusiones porque,
a veces, las gatas mamás son muy celosas de sus pequeños y se los
llevan a otros lugares para... bueno, no sé muy bien para qué.
La otra gata -la de color
naranja- es enorme y muy tranquila. Sé que es peligrosa. Digamos que
su carácter es secreto e impredecible. Tiene una mirada amarilla,
inquietante. Y sabe cosas del futuro. Básicamente de mi futuro. Solo
que me cuenta lo que quiere cuando quiere. Así que no la molesto.
¿Y porqué vivirán en mi
interior estas gatas? Quién sabe. Están ahí desde hace eones,
según parece. Yo no lo sabía: son tan discretas que hasta hace unos
días no reparé en ellas. Y, cuando las vi, digamos que no me
llamaron la atención. Las dejé a su aire, pues en ese momento
estaba leyendo un libro interesante. Después, ni siquiera hablé con
ellas hasta que la gata naranja me dijo: “No comas pescado mañana”.
Me lo dijo con el pensamiento, no vi que abriera la boca. Le
pregunté: “¿qué quieres decir?”. Ella me miró, largamente.
Cuando tuvo ganas me dijo: “tu cita en el restaurante japonés, no
es conveniente”. “¿La cita o el restaurante?”-inquirí
alarmada. Se estiró sobre su lomo y me dijo: “el hombre, tontita,
el hombre. Je... La metáfora no es lo tuyo”. “De qué la vas,
gato -en ese momento pensaba que era un gato- qué sabes de mí”.
“Todo, baby, ¿no ves dónde vivo?”.
Entendí y seguí el
consejo del gato. No fui a la cita. Y eso estuvo bien porque, un par
de días después, una amiga -que conocía a este hombre- me contó
atrocidades acerca de él.
La roja no dice nada. Solo
se lame. Y tendrá gatitos... Ya veremos cómo se las arreglan para
vivir dentro de mí. Tengo un interior amplio, con pasto, trigo y,
aunque el elefante ocupa mucho lugar, creo que podrán acomodarse
perfectamente.
II
Me acaba de atravesar
un gato azul
y me
ha guiñado un ojo. ¡Ya sé quién es! Es el gato que está triste y
azul.
Debo
tener cuidado: es muy pesado. Lo sé, porque un amigo mío tuvo
problemas con él.
Resulta
que mi amigo tenía una novia preciosa. Eran felices. Vivían en un
barrio bonito, en una casita con jardín. Y en la casa de la
esquina vivía el gato azul. La novia de mi amigo quería mucho a
este gato; siempre lo acariciaba y conversaba con él. El tiempo fue pasando y, como todo lo que tiene que suceder acaba
sucediendo, un día, mi amigo y su novia se separaron. Fue triste
-para ellos-. Al principio de su forzosa soltería, mi amigo -al que
llamaremos R.C.- se refugió en todo tipo de bebidas etílicas. Una
noche en que volvía a su casa, borracho y babeando, se encontró con
el gato azul. El gato estaba triste también y le dijo: “nunca olvido que ella fue tuya”. Se quedaron mirando los dos. Toda la
tristeza del mundo se instaló en ellos y lloraron abrazados.
A
partir de ese momento comenzó un auténtico suplicio para R. C. El
gato que está triste y azul, le esperaba todos los días en la
esquina y desde allí le gritaba: "¡Nunca olvido que ella fue
tuya!" Mi amigo dejó de pasar por la casa del gato. Buscó otros
recorridos para ir a esperar el autobús o para irse de juerga. Lo
cierto es que el gato comenzó a esperarlo en lugares estratégicos
para decirle siempre lo mismo.
Finalmente,
loco de aburrimiento y cansado de la vida, R.C se mudó.
Ahora
está tranquilo, vive cerquita de mi casa, es feliz.
¡Ah!
¿Y qué hace el gato azul en mi barrio?
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