Fui y
compré dos libros.
La librería huele a viejo, a húmedo, a medioevo. Me encanta.
Afuera iba oscureciendo. Adentro, luces amarillas.
Me
acerqué más a las estanterías, no tanto por mirar libros, sino
para sentir el olor de la madera vieja, limpia, perfumada de tronco,
pintura y años. Tuve que disimular: percibí que la librera me lanzó
una mirada extraña justo cuando acariciaba el estante con mi nariz.
Me quedé inmóvil y, esperando pasar desapercibida, canté en voz
baja una tonadilla intrascendente. Estuve así un rato, cantando,
acariciando libros con mi mano, oliendo. Cerré los ojos: ¡la
gloria!
Apoyé mi cabeza contra la estantería mientras seguía olfateando, tocando lomos y texturas. La librería vacía de gente, la librera en sus cosas, yo en las mías, la luz del lugar, la noche de afuera, esos libros... Y ese placer que conozco de otras horas que comienza en mi boca, recorre mi cuerpo, se contonea en mis pezones, los estira y va bajando, haciéndome cosquillas, hasta llegar a mis lugares más íntimos y lúbricos. Comencé a reír bajito. A jadear, también. La librera me preguntó si estaba bien, si me pasaba algo. Sin mirarla la tranquilicé con una voz -no tan mía- profunda y algo ronca. Respiré tranquila, abrí los ojos y sintiéndome feliz elegí un libro al azar. Luego otro. Los pagué y salí.
.
6 comentarios:
Dinorah...
cuéntame dónde está esa librería que la quiero visitar...
Un abrazo cascabelero!
Eva.
Jeje...(Más tarde te lo digo al oído, en secreto)... (Para que el lugar no se llene de gente).
Abrazo de pergamino y tinta china.
Precioso Dinorah, me encanta leerte, haces que me separe por unos instantes de la realidad.
Un abrazo
¡Oh! ¡Qué piropazo, David!
Gracias y otro abrazo.
más que amor...cachondeíto
reconozco lo escrito como si lo estuviera viviendo, pero la librería se va volviendo más mitológica, un espacio que una vez fue y del que surgió un catarismo.
Está claro que el catarismo surge en los lugares más extraños e irreverentes. No hay nada que hacerle...
Besos de piedra y castillo.
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