viernes, 4 de febrero de 2011

Cosas sucias

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Mi amigo me había invitado a tomar un té en su casa. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Desde la adolescencia, casi. Llegué a la casa a la tarde. Me atendió su hermano y me sorprendió verle tan crecido. Nos reímos al saludarnos y me hizo pasar. Ya el salón de la casa era un desastre, una locura. Jamás había visto desorden igual -y créanme, he visto lugares muy desordenados-. De la cocina salió mi amigo, sonriente, secando una taza con un trapo terriblemente sucio. Y yo voy a tomar té aquí- pensé. Saludé a mi amigo. Nos intalamos en la cocina... Los dos hermanos vivían solos. Eso no quiere decir nada. También conozco hermanos jóvenes que viven solos y son limpios. Estos hermanos no pertenecían a esa categoría. Eran jóvenes, bellos y sucios.¡Qué cochinos eran los hijos de puta! La cocina era una sola mancha de grasa. Y estaba llena de libros y revistas de arriba a abajo. Tenían platos por lavar amontonados en las piletas, en el mármol, en la mesa, en el suelo. Ellos, inmutables. Estaban muy contentos de recibirme en su hogar. En ese momento pensé en que verdaderamente los seres humanos somos muy diferentes. Yo estaba contenta de verles, claro, lo que pasa es que no me alegraba de ver la casa. Estuve a punto de hacerles una propuesta indecente: ayudarles a limpiar. Por suerte me frené en seco. A lo mejor se piensan que tengo ganas de ser novia de alguno de los dos y por eso quiero limpiar. Por otro lado, soy mujer, y a lo mejor me toman el punto y me hacen venir a limpiar todas las semanas bajo cualquier pretexto. Preferí entonces no interferir  en el camino de los dos guarros y ser respetuosa con las decisiones de los demás. Seguir mi propio camino, pues. Unos minutos más tarde el agua estaba caliente. Y en una grasienta tetera comenzó a reposar el té... que luego fue servido en tres tazas oscuras, que en algún momento fueron claras. Yo bebí. Con valentía, bebí pensando que el agua hirviendo mata grasas y gérmenes. Saboreé un té que sabía bien, y no solo a té, también a canela. Comimos los bollitos que traje para compartir. Y hablamos de muchas cosas. Nos reímos. Al cabo de una hora volvimos a preparar más té. Daba gusto hablar con los dos hermanos. Tenían tanto sentido del humor. Eran muy cultos. Artistas los dos. Poetas. Pintores. Músicos. Leían como posesos -tal vez por eso no limpiaban-. Y continuamos hablando mientras cocinamos pizza y la cenamos... Y nos reíamos los tres con camaradería y alegría. A la noche, tarde, después de unos cuantos vasos de vino, me volví a casa en taxi. Contenta. Una velada excelente, pensaba yo a esas horas. Solo a la mañana siguiente cuando me levanté descubrí dos cosas: la primera, las manchas de grasa y tizne que tenía mi vestido justo por la espalda, a la altura de mis asentaderas. Recordé, al verlas, que en algún momento de la noche perdí la revista que había colocado -con disimulo- entre mi trasero y el asqueroso asiento de la silla. La segunda, en un bolsillo de mi bolso, estaba primorosamente plegada, la más hermosa carta de amor que jamás he recibido. Comenzaba siendo una carta dulce, tímida, exquisitamente erótica. Terminaba con una inusual propuesta sexual, perversa, sucia... y firmada por los dos.



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5 comentarios:

Eva Hibernia la peregrina dijo...

jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja!!!!!
es dinorah puro.

gabriel dijo...

Qué fichas, esos botijas.

din dijo...

Dos botijas tremendos, che!

David dijo...

Hola Dinorah! Gema y yo nos reimos mucho con estas "cosas sucias".
Un abrazo, sigue asi.

din dijo...

Qué guay David! ¡Me ha encantado el comentario!