lunes, 4 de mayo de 2015

Heidi Sheppard, canalizadora: la historia de cómo fue

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Por Antóon Bas




A la tarde de aquel día aciago comenzaron a darse las primeras manifestaciones de lo que luego se convertiría en un hecho sin precedentes que marcaría, sin lugar a dudas, un antes y un después en la vida de Heidi y Klumbert.

Esa tarde del 21 de abril de 1965, como siempre, la pareja tomaba su merienda en el salón (Klumbert calcula que sería alrededor de las 17:30h) cuando notaron un leve parpadeo en las luces encendidas de la habitación.
A pesar de estar en primavera, afuera, un violento vendaval azotaba las calles y, debido a la oscuridad que provocaba, fue necesario encender luces para poder servir el café o esparcir convenientemente la mermelada”, alega Heidi.

Cuando ambos notaron que las luces parpadeaban convinieron en que debía tratarse de un desajuste eléctrico debido a la tormenta, por lo que no dieron mayor importancia al tema y siguieron en sus quehaceres: Heidi ojeaba su revista “Lectoras”, y Klumbert leía la prensa de la tarde (“El Vanguardista”, sin ir más lejos), cuando de pronto escucharon una especie de aullido.

Al principio sonó como un gato chillando, pero pronto el sonido fue tomando fuerza y cambió el matiz: de gato pasó a lobo; después a risa espantosa, de esa que hiela la sangre y pone los vellos de punta”, recuerda Klumbert y, mientras nos lo cuenta, su voz tiembla y sus ademanes se vuelven tensos. Después de un breve silencio, en el que nos pareció que Klumbert se sumía en profundos pensamientos, tomó la palabra Heidi.

Entonces la luz se fue del todo y en la sala apareció una mujer. Vestía de blanco; llevaba el pelo largo, alborotado y una mirada anodina. Klumbert se incorporó maquinalmente y se puso a mi lado, como para protegerme, pero la mujer no se movió. Volvió a reír y, mientras lo hacía, una serie de movimientos compulsivos agitaban su cuerpo que, por momentos, parecía deshacerse. Después de reír y moverse frenéticamente, comenzó a jadear de una manera obscena (recuerdo que Klumbert me tapó los ojos, pero le quité la mano: quería ver qué sucedía); los jadeos fueron en aumento hasta llegar al paroxismo, usted me entiende...”, nos dijo la señora Heidi con cierta timidez.

A partir de ese momento, vimos cómo relajaba, cómo todo en ella, de alguna manera volvía a una calma...de ultratumba, sí, pero calma al fin”, concluye Heidi.

Klumbert nos ofreció café, encendió un cigarro y dijo:

Lo recuerdo como si hubiera pasado ayer: fue en ese momento en que se quedó mirándonos y comenzó a recitar en voz alta, con gran dificultad: cinco,
veinte, catorce, treinta y cinco, dieciocho, cuarenta y seis... Fue pronunciando la serie con calma, con mucho silencio entre una y otra cifra. Cuando terminó, repitió”, nos explica Klumbert, después de darle un sorbo a su café. “Yo estaba aterrado y asombrado, como comprenderá; pero Heidi, con esa práctica capacidad femenina había anotado todos los números en su libreta de hacer las listas de la compra. Recuerdo que tuvo dudas con la última cifra (supongo que a causa de la tensión, como comprenderá), así que le preguntó: -¿cuál es el último número, que no me acuerdo?-. Y la mujer, con naturalidad le dijo: -el cuarenta y seis-. Se había instalado entre ellas una especie de complicidad, como pude entender. Yo no dije nada: en estos casos siempre me callo”.

Al ser interrogada acerca de la presunta complicidad entre la aparición y ella, Heidi sonriendo nos dijo: “ Y sí, así fue. Inmediatamente entendí que estábamos ante una aparición de la Virgen Local y que venía a anunciarnos algo bueno para nosotros, no a traernos el mal. Eso creí. Después, en vista de los sucesos, cambié de opinión”.

Heidi no dudó en jugar la serie completa a la lotería; gracias a ella el matrimonio ganó lo que hoy en día serían alrededor de trescientos millones de euros.

Pero este momento milagroso Heidi lo vivió sola, ya que, a pesar de la inesperada abundancia obtenida, la mala suerte había comenzado a asaetear la vida de estos ejemplares ciudadanos.

Una vez hecho el anuncio numerológico, la Mujer de Blanco se disolvió en el éter. Volvió la luz. Apenas hubo desaparecido, Klumbert necesitó darle un sorbo a la botella de whisky que guardaban para las visitas, en el mueble bar. Succionó directamente de la misma, sin notar que en tres chupadas logró vaciar la mitad del contenido. Heidi lo contempló atónita pero convencida de que se trataba de una reacción normal, fruto del estrés padecido a causa de la Aparición. Lo ayudó a recostarse en el sofá mientras ella misma, muerta de miedo, recorrió la casa entera por ver si había gato encerrado. Cosa que no fue así...

Klumbert durmió cinco días seguidos. Heidi lo dejó tranquilo: avisó a su trabajo; arguyó ante el jefe de su marido que éste no podía apersonarse por hallarse indispuesto y jugó al número de lotería. Entonces sucedió lo imprevisto: mientras Klumbert dormía y Heidi velaba su sueño leyendo a su lado un nuevo ejemplar de “Lectoras”, volvió a irse la luz de la casa.

A mí se me pararon los pelos de la nuca -nos dijo-, porque supe enseguida que venía la Virgen, o la muerta, o la marciana, porque al final yo tenía mis dudas y no sabía muy bien lo que era aquello, aunque en un primer momento hubiera pensado (estaba convencida), de que se trataba de la Virgen Local. Pero no me quiero ir por las ramas. Intenté despertar a Klumbert porque me moría de miedo, pero él, nada, parecía en coma. Cerré los ojos, pero una voz horrible me dijo al oído: -Sé que estás despierta-.¡Casi me muero! La voz volvió a hablar: -Abre los ojos o te mato-. Los abrí y ví a un hombrecito azul, bajito, vestido de arriba a abajo de etiqueta. Parecía que iba a un baile, pero en azul. Me dijo: -Te vamos a hacer muchos regalos, pero tienes que mirar, sino te matamos a tí y a tu marido Klumbert-. Entonces, ante mi estupor, apareció la que yo creía era la Virgen Local (pero de virgen, nada, por lo que pasaré a relatarle), y practicaron sexo ante mí. Yo tenía que mirar, fíjese usted. Nunca ví nada igual: era increíble observar las posturas, la sabiduría erótica del Hombrecito Azul y de la Virgen Local. Fue una especie de experiencia religiosa, sobre todo al final, cuando los dos comenzaron a orar. Yo me arrodillé y los acompañé; en la oración, digo. Cuando todo terminó, la Virgen Local me dijo: -Coge la libreta y anota-. Y me dictó una nueva serie de números que, por supuesto, volví a jugar”.

Heidi jugó la serie y en esta ocasión ganaron alrededor de quinientos millones de euros. La fortuna estaba de su parte. Pero Klumbert seguía durmiendo...

Ganamos la lotería dos veces; pero Klumbert no se despertaba y yo no quería llevarlo al hospital. Sabía perfectamente que estaba bien; lo que pasaba era que esos dos degenerados querían que solo yo los mirara, vaya uno a saber por qué. A mí lo que más me gustaba era el final, cuando rezábamos; sentía mucha paz. A veces también cantábamos, canto gregoriano y otras canciones desconocidas para mí, aunque muy elevadas. No me dejaban salir mucho de la casa. Me mandaban mensajes en sueños o mientras estaba cocinando, o al lado del sofá mirando a Klumbert. Eran mensajes extraños: entre respetuosos y sádicos; enternecedores y amenazantes, también.

Y un día, bueno, me abdujeron. Klumbert dormía (durmió nueve meses), y eso... me abdujeron. Ahí supe que eran marcianos. Después de la abducción comencé a recibir, en casa, sobres con dinero. Venían sin remitente, a mi nombre. También me llegaban vestidos, electrodomésticos, sellos de coleccionista, monedas antiguas, joyas. Lo tengo todo ahí, guardado en un armario: una fortuna. Nunca más volvieron a molestarme”.

La pareja vive en la abundancia; pero las secuelas de esta historia terrible, son espeluznantes. Klumbert tiene recaídas de sueño. Pasa durmiendo nueve, de los doce meses del año. El resto, no puede pegar ojo. Han intentado todo tipo de curas, sin éxito.

Para Heidi, una casta ama de casa, la cosa ha sido más dura: se volvió canalizadora de mensajes intergalácticos. En contra de su voluntad, es un exitoso canal. Desde los confines del universo, llegan a ella todo tipo de mensajes. Mucha gente alertada por sus facultades paranormales (cuando a Heidi le sobreviene un ataque de canalización, entra en trance allí donde se encuentre y comienza a hablar en voz alta y a contar lo que le llega), le pide consulta para conocer su futuro; le mandan mails; peregrinan a su casa. Heidi Sheppard se ha convertido en un icono de la Nueva Era, con nueve Best Sellers de canalizaciones escritos por ella. La gente la adora.

Lo mejor de todo este embrollo es que he aprendido a canalizar el sueño de Klumbert y así, mientras él duerme, nos comunicamos. Nos contamos cosas, jugamos a las damas, comentamos la prensa. Klumbert me apoya mucho y me da maravillosos consejos, tanto dormido, como despierto. Jamás hago nada sin consultarle”.

Tengo fama, sí -dice Heidi-, pero yo no quiero esto. Si pudiera volvería atrás en el tiempo, disfrutaría más todo lo vivido; llegaría antes de que todo esto ocurriera, cuando Klumbert y yo éramos felices merendando a las 17:30h y leyendo la prensa. Si pudiera ir atrás en el tiempo, sabiendo lo que sé, todo sería distinto. Yo habría estado interiormente preparada, esperando, porque las cosas, aunque uno no lo quiera saber, se esperan, se presienten, se saben de lejos... Y cuando llegara aquel 21 de abril de 1965, sabría qué hacer ante el primer parpadeo de las luces de ese día: le pegaría, sin miedo alguno, una firme patada en el culo a la Virgen Local, y la mandaría a la mierda con todas mis fuerzas, sin piedad, tal y como ella merece”- concluye.



Desde Maryland, para Gaceta Amarilla, Antóon Bas.


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2 comentarios:

violetafotos dijo...

Dinorah, eres un pedazo de escritora

din dijo...

¡Wow! Gracias.