lunes, 26 de enero de 2015

La inocencia de esas noches

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Éramos perros de la noche.
Aullábamos en los tugurios grises,
templos intoxicados,
entre sátiros y diosas lúbricas.

Éramos perros de la noche.
Pura juerga, curiosidad, ganas de vida.
Entrábamos y salíamos de muertes
como niños jugando al escondite
entre tumbas
o campos
cargados de minas.

Éramos perros de la noche.
Lo fuimos.

Teníamos una estrella dentro.
O una luna
que siempre estaba llena.
Y aunque intentábamos
pasar desapercibidos
el romanticismo que vivía en nuestra médula
se veía
a la legua.

Por eso los vampiros,
en cuanto aparecíamos,
se callaban
relamiéndose
por dentro.

Y nosotros, pobres perros aulladores
aparentemente dispuestos para el
sacrificio,
nos reíamos de las ansias
y escapábamos a tiempo
de las oscuridades y
de todos los males.


Bajábamos corriendo los callejones pardos,
hocicos jadeantes,
risas caniches al aire,
perdiéndonos tras los olores
de aquellos lugares
sin sentido,
intentando encontrar,
fervorosamente,
el nuestro.

Corred, caniches aulladores,
nos decía una voz de cuervo
dulce y ronca;
Corred y aprovechad la huída
porque siempre llegaréis a donde se llega,
decía.
Y nosotros
sabíamos quien nos hablaba.
Pero la muerte,
en esos días,
en esas noches,
era una estrella brillante
y lejana
que no nos molestaba
aunque nos acompañara.
Casi una amiga
distante
con quien nos escribíamos cartas.

¿Fuimos felices?
Sí, lo fuimos.
Ignorantes, también.
Y muy hermosos.

Fieles y leales perros de la noche.
Molestosos aulladores de luna
en la madrugada.


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2 comentarios:

Unknown dijo...

Inocentes también, pero que linda esa inocencia...y cuando llegas, la pierdes y siempre vuelve a ti de nuevo como Caperucita con el lobo ;)
Me encanta leerte Dinorah...pronto te abrazo fuerte!!

Rebeca

din dijo...

Rebeca: ¡gracias!

Es verdad, la inocencia siempre vuelve. Qué tesoro lograr que no se pierda.

Te mando un abrazo virtual mientras espero ese otro abrazo fuerte.

Un beso,
Dinorah