lunes, 17 de marzo de 2014

Esperando

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¡Qué triste, amigos! Hemos llegado a la misma estación desesperanzada de toda la vida. Nos hemos vuelto a quedar sin amigos con quienes jugar. ¡Qué tristeza! Cuando parece que las cosas marchan bien, que el mundo se mueve en un sentido poético, cambian las tornas y vienen las recias tormentas. Las que lo anegan todo y no permiten ver el amanecer. ¡Arremanguémonos! Ha llegado la estación de todas las lluvias; de todos los barros; de los patos que vuelan cagándonos -mientras graznan palabrotas-, de las flores que se marchitan y se pierden. Se pierden... Llega esa estación, cansada, derrotada, sin visión, sin juego, sin nada; solo niebla; nieve, a veces, y lluvia, mucha lluvia con viento, con arena mezclada, con sed, con arcilla en la tierra, con rocas que se deshacen. Amigos: estamos aquí; no podemos huir ni abandonar: ¿qué hacemos? Uno se adelanta y dice: propongo que comencemos a construir un refugio. Otro interrumpe: ¿refugio? ¿bajo la lluvia? Y uno más: ¿con las maderas que se pudren? No, ni loco. El primero arremete: sí, un refugio con las maderas y bajo la lluvia. También podemos usar las telas impermeables y los aceros que tenemos guardados: propongo que construyamos un lugar confortable; que tenga ventanas por las que podamos ver el mar; un lugar para crear, para conversar, para asar salchichas en su interior -si nos apetece-, para tocarnos, sentirnos, un lugar... uy, uy, uy, para -dice uno que estuvo callado todo este rato-, convengo contigo en la necesidad del lugar; solo que es un sitio urgente, y a eso debemos entregarnos: a la urgencia. No es tiempo de construir catedrales.

Este último que ha hablado tiene fuerza en la voz y un porte serio. Parece ser el líder. Todos -los que hablaron y los que callaron- se miran y asienten. Alguien dice en voz alta: comencemos la construcción.

¡Cómo hemos trabajado amigos! Entre cagadas de patos, maderas putrefactas, flores secas, barro y agua; agua chorreante, que nos empapaba por completo. Más de uno enfermó en esos días. Nos turnamos para cuidar de los enfermos, de los sanos, de los que a medio camino quedaban de la salud y la enfermedad. Construimos, construimos sin parar, casi sin cantar, concentrados en nuestro destino o en lo que creíamos era nuestro destino. Hicimos, deshicimos, rehicimos. Hasta que finalmente el refugio quedó terminado y todos nos metimos dentro.

Hicimos un banquete para celebrarlo. ¡Amigos: qué placer! ¡Qué alegría tan profunda! Qué nuevo convite de esperanza y sueño. El refugio tuvo sus ventanas al mar; por ellas mirábamos la fuerza de lo que no entendemos: cómo caían los rayos, cómo quebraban las olas, cómo se movía la tierra entera, con peces y árboles. Mirábamos y comíamos frutas, asábamos salchichas, leíamos -algunos nos encontrábamos por rincones escondidos para tocarnos largamente-. Y así fueron pasando los días...

Un día salió el sol... (y yo tenía un corazón en la mano).


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3 comentarios:

entrega en medias dijo...

así debe haber comenzado el amor, la amistad y el refugio, que tanto necesitamos!

entrega en medias dijo...

así debe haber comenzado el amor, la amistad y el refugio, que tanto necesitamos!

din dijo...

Gracias, te lo agradezco.

Un abrazo.