sábado, 14 de septiembre de 2013

Plaza Gaudí, 15hs.

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Desde fuera.


La valla rodea unos arbustos, un árbol. Carmen, apoyada en ella, mira la vegetación. Está llorando. Culpa de, o gracias a, un libro. Por detrás de ella la gente va y viene. (Hay dos frecuencias en la imagen: una lenta -la de Carmen-, otra más rápida -la de la gente que se mueve-.) Muchos turistas, voces, coches. Suenan las campanas de la Sagrada Familia y a Carmen le parece que ese tañido acompaña su sentir. Como música -piensa. Cierra los ojos un instante, se deja ir; vuelve aturdida. Nunca me he detenido a escucharlas -se dice, mientras se aleja del lugar. Cruza la calle buscando otro espacio, necesita irse, como si ese sonido de pronto la echara de allí. Sí, me está echando -comprueba mientras sigue escuchando-, me está echando muy lejos de aquí. Y encamina sus pasos hacia el centro de la ciudad.




 
Desde dentro.


Estoy apoyada en un verja; detrás de ella un árbol, arbustos; los puedo ver. Estoy llorando: acabo de terminar un libro inmenso en belleza, en fuerza -un canto guerrero, un autor poeta-. Emocionada, no hago nada por contener mi llanto. ¡Qué fluya y me vacíe! A mis espaldas la gente va y viene, siento algunas miradas depositándose sobre mí. Mi columna las recibe, las acoge y las deja partir. Suenan las campanas de la Sagrada Familia: su tañido me sobrecoge como una música extraña que acompaña mis sentimientos, me hunde un rato en ellos, me lleva a un mundo sin nombre. Nunca me he detenido a escucharlas -pienso mientras me alejo del lugar. Cruzo la calle. Busco otro espacio. Necesito irme, como si ese sonido me estuviera echando de allí. Sí, me está echando -compruebo- muy lejos de aquí.

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