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Desde
fuera.
La
valla rodea unos arbustos, un árbol. Carmen, apoyada en ella, mira
la vegetación. Está llorando. Culpa de, o gracias a, un libro. Por
detrás de ella la gente va y viene. (Hay dos frecuencias en la
imagen: una lenta -la de Carmen-, otra más rápida -la de la gente
que se mueve-.) Muchos turistas, voces, coches. Suenan las campanas
de la Sagrada Familia y a Carmen le parece que ese tañido acompaña
su sentir. Como música -piensa. Cierra los ojos un instante, se deja
ir; vuelve aturdida. Nunca me he detenido a escucharlas -se dice,
mientras se aleja del lugar. Cruza la calle buscando otro espacio,
necesita irse, como si ese sonido de pronto la echara de allí. Sí,
me está echando -comprueba mientras sigue escuchando-, me está
echando muy lejos de aquí. Y encamina sus pasos hacia el centro de
la ciudad.
Desde
dentro.
Estoy
apoyada en un verja; detrás de ella un árbol, arbustos; los puedo
ver. Estoy llorando: acabo de terminar un libro inmenso en belleza,
en fuerza -un canto guerrero, un autor poeta-. Emocionada, no hago
nada por contener mi llanto. ¡Qué fluya y me vacíe! A mis
espaldas la gente va y viene, siento algunas miradas depositándose
sobre mí. Mi columna las recibe, las acoge y las deja partir.
Suenan las campanas de la Sagrada Familia: su tañido me sobrecoge
como una música extraña que acompaña mis sentimientos, me hunde un
rato en ellos, me lleva a un mundo sin nombre. Nunca me he detenido a
escucharlas -pienso mientras me alejo del lugar. Cruzo la calle.
Busco otro espacio. Necesito irme, como si ese sonido me estuviera
echando de allí. Sí, me está echando -compruebo- muy lejos de
aquí.
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